Doblan las campanas de este blog en las postreras letras de su extinción; escribo cubierto con firmeza en un patú mientras me hallo sumergido en la penumbra de unas latitudes orientales que este mundo convierte en oscuras, con tono grave y sentido, y un poco de impostura, ¡oh!
Las explosiones y los helicópteros no me molestan, ya estoy acostumbrado. Ha comenzado a nevar en el desierto – ¿De dónde viene la nieve? – Parece mentira que hace sólo una decena de semanas estuviéramos sobre los 50ºC, y ahora resulta que unos tenues y delicados flóculos de gélido encaje sobrenatural mueren en la arena sucia y fría ante mis pies. Se me olvidan tantas cosas.
Durante esta singladura bloguera he sido capaz de contar detalles y hablar de muchas películas que nos sacaban semana a semana del tedio miserable de la complacencia católica-occidental. Pero me he olvidado de contar sentimientos, y no ha sido intencionadamente, simplemente es que, como dirían Les Luthiers, no estaban en el programa. No he mencionado, por ejemplo, la ansiedad intensa en la que me encontraba cada sobremesa de sábado esperando a que mis amigos me rescatasen de casa para inventar juntos las tardes, elegir la película y después adaptarla en nuestra vida, para compaginar nuestras imaginaciones a rienda suelta. No he hablado de la seguridad y el afecto que compartíamos mientras el grupo discurría unido inmerso en la corriente del haz del proyector, polvo de estrellas. Quizás no he dicho cómo corría impaciente cada vez que sentía el silbido de Jorge en la ventana del patio de luces. Ni cómo lloré con amargura el día que escuché la cinta en la que se oía la violencia del padre de Carlos, o el día que Víctor desapareció de nuestras vidas tras el strip-póker. Cae la nieve parsimoniosamente, no me arrepiento de nada.
Yo no he sido director de cine, aunque lo intenté. Quise estudiar “imagen y sonido” en Madrid y mi familia no me lo permitió. “Eres el mayor” “No puedes agotar nuestros recursos en tus proyectos egoístas” “¡¿Qué quedará para tus hermanos?!” “Eres bueno para los estudios, no puedes desperdiciar así tu vida” Me sentía el protagonista suicida de “El club de los poetas muertos“. Sin embargo yo no era como él, sino más bien un bicho raro.
Yo creía que no podía construir historias desde la ignorancia y la inexperiencia. Pensaba que necesitaba viajar, conocer, leer, vivir antes de poder enfrentarme a una historia propia. Me gustaba la gente. Me gustaba la ciencia. Así que estudié medicina y decidí en venganza vivir mi propia película. No fue tan sencillo, empecé muy rebelde en la carrera, pero resulta que un día me presenté al examen de Anatomía I sin estudiar y fui uno de los 40 que aprobaron, en lugar de los 160 que suspendieron pese a haberse pasado semanas entre libros. Descubrí que podía acabar la universidad y marcharme con garantías si estudiaba, y eso hice, soy médico. Y me fui. He sido médico en 4 guerras y me he involucrado en duras emergencias humanitarias. No he visto Rayos-C brillar en la oscuridad, pero sí muchas otras cosas. He visto crueles Mai-Mai reptar desnudos en las sombras creyéndose invulnerables a las armas mientras acechan a los militares del gobierno. He visto piraguas repletas de niños desnutridos llegar al Hospital de madrugada, tiritando, escapando del horror, cuántos cuerpos de niños he recogido… He visto hombres muertos que vuelven a caminar. Las llamas de la guerra destruir pueblos enteros. He visto las lágrimas más desconsoladas que una mujer pueda llorar. He visto las sonrisas más libres de la Tierra. He visto agradecimiento, fiesta, alegría, odio, rabia, injusticia… Al final mi preocupación por los niños desgraciados que tanto había absorbido en el cine se impuso. Aprendí tanto de esta vida, y lo que me queda, que me he quedado atrapado en ella, pero nunca he dejado el cine, nunca he dejado de vivir las películas en la sala oscura, de esperar en la butaca a que se apaguen las luces y sentirme entonces de vuelta en mi casa, la que no tengo, sea cual sea el país en el que me encuentre, no he dejado de vivir las aventuras de la pantalla e incluso me sigo llevando pedazos de película que se quedan para siempre conmigo. La gran Ilusión, la ventana indiscreta, una evasión o un punto de encuentro. “Que toda la vida es cine, y los sueños…cine son” que decía Aute. El cine es parte de mí. Todavía un día igual hago una película, ya os aviso si os interesa.
Mi película sería sin duda un tostón de 6 horas dirigido por un Terrence Malick en vena narcisista, con largas escenas mirando horizontes, y guión compuesto por Isabel Coixet sobre notas encontradas en la papelera de Tarkovski. La banda sonora sería de un impronunciable compositor polaco-letón.
Star Wars VII me pareció un viaje en el tiempo, un vólvulo temporo-interno a esos tiempos lejanos de la niñez. Sólo con la música ya entré en trance, y cuando aparece Han Solo me subieron las endorfinas como en la más tierna infancia. Lo único es que el malvado tiene un aire Harry Potter que no pega nada, a ver si lo matan en la próxima. O si es en 3D igual salto yo a por él.
Hoy día mantengo buenos amigos, reales y sólidos, de esos que te alegran los días, pero nunca nadie será mejor que Jorge a la hora de ver cualquier película en una sala cinematográfica. Así es.