Los Monty Python eran un boom en el imperio de Isabel, y como obtuve tres becas en respectivos años consecutivos, también me correspondió ver allí “El sentido de la vida“, la clave filosófica del grupo humorístico. Para empezar me sorprendía sobremanera la canción: “Cada esperma es sagrado“, porque justo estaba aprendiendo yo en esos tiempos los asuntos del esperma. – Qúe atrevidos estos Monty Python – decía yo con mi pendiente dorado adherido en el lóbulo izquierdo del pabellón auricular. Un coro de decenas de hijos católicos cantaba candorosamente: “Si el esperma se desperdicia, Dios se enfada mucho”, justo antes de ser todos vendidos para experimentos médicos.
O la deliciosa canción que se le ocurrió al autor en un viaje por el Caribe: “Es maravilloso tener pene“. La peli acaba con la entrega de un sobre dorado que le dan a la presentadora en el que se descifra el auténtico Sentido de la vida: “Intenten ser amables, no coman grasas, intenten leer un libro de vez en cuando, den algunos paseos y vivan en paz y armonía con la gente de todos los credos y naciones”, para luego decir que va a ofrecer imágenes de penes por molestar.
Con la ayuda de la irreverencia de Monty Python me fui borrando del catolicismo definitivamente, que ya apuntaba de antes, pese a los intentos de mi confesor, el pobre padre Don Angel, que vete a saber dónde andará el hombre. Y es que los blasfemos Monty Python son el Diablo. De todas formas, como buen ovetense, seguí yendo a misa algunos domingos por unos años, por hábito yo creo, o por inercia, o para evitar comentarios familiares, ya no me acuerdo. Era conveniente.