Otra de las cosas que se hacían en Inglaterra y que transmitían envidia automáticamente hacia España era comer en el McDonalds, que aún no teníamos en Asturias, y que era lo más de lo moderno. He de decir que ya en aquellas primeras experiencias no me acababa de convencer del todo. No me gustaba porque las patatas eran muy finas y estaban como sudadas, y la hamburguesa venía pegada al papel, estaba aplastada y no se parecía en nada a la de la foto. Mis amigos acababan con el ketchup, que nunca me supo mejor que un buen tomate normal, e incluso salían cargados con sobres de esos gratis para poner en casa en su comida, hasta kilos llevaban. Incluso la Coca Cola sabía rara porque tenía más hielo que cola y sabía a aguada.
Yo era sin duda más de pizzas, que tampoco se estilaban aún en la madre patria. Faltaban algunos años para que las pizzas llegaran a Oviedo, y muchos más para que mi madre aprendiera a decir ‘Pizza’, que siempre decía ‘picha‘ y nos partíamos de risa. Había una tienda que se llamaba la pizza perfecta que hacía, para mi gusto, la pizza Margarita perfecta, y además sólo costaba 99 peniques. Me encantaba, era genial, y además podía ahorrar para ir al cine y para comprarme más muñequitos de Star Wars. La pizza perfecta. Mis amigos me decían que me iba a quedar cara de pizza, y pocos meses después, cuando me empezó a salir el acné, me preguntaba si realmente no estaría pagando los excesos de pizza Margarita.